Historia Ourense

Desde el Neolítico (6000-3500 a.C.) la zona de Ourense ha sido una encrucijada de caminos por la que transitaban las tribus nómadas.

Muchos de esos clanes se asentaron en el valle del Miño, como prueban los castros prerromanos de Beiro, Madrosende, Oira, Santomé y Valdegola, así como el asentamiento primitivo de As Burgas, las fuentes de agua termal que fueron el origen de la ciudad.

En el siglo I llegan los romanos a Galicia, y en esta época se construyó un puente estratégico sobre el río Miño, defendido por una guarnición de legionarios que se asentaría en el entorno de la actual Plaza Mayor.


En el siglo V, en plena decadencia del Imperio Romano, llegaron a Galicia los suevos, un pueblo germánico principalmente agrícola, y fundaron un reino cuya capital sería Ourense.

Durante el reinado de Carriarico se comenzó la edificación de la primera catedral (hoy desaparecida) en honor de San Martín de Tours.

En el siglo X, Ourense sufrió las incursiones de árabes y normandos y entró en decadencia, pero tras el siglo XI se iniciaría la recuperación, impulsada por los obispos de la diócesis, auténticos señores feudales: Doña Teresa de Portugal concedió la jurisdicción de la ciudad para el obispado en 1122.

Monseñor Eredonio y sus sucesores reconstruyeron viejas calzadas, abrieron calles y plazas, recuperaron el derribado puente romano y levantaron la catedral actual.

En el siglo XII nació el ayuntamiento de Ourense.

Durante los siglos XVII y XVIII la ciudad viviría un largo letargo, del que despertaría a comienzos del XIX, cuando Ourense fue designada capital de provincia.

Con la llegada del ferrocarril y la construcción de la carretera Villacastín-Vigo, la ciudad empezó a desarrollarse en ambas orillas del Miño.

En el siglo XX, Ourense experimentó cierto crecimiento demográfico por la emigración procedente de la provincia, convirtiéndose en la tercera ciudad de Galicia por población.

Hechos importantes fueron la unión con el municipio de Puente Canedo en 1943, la aparición de nuevos barrios y su conversión en el principal nudo de comunicaciones (por tren y por carretera) del noroeste peninsular.